Taller Crisol: la alquimia de la arcilla
La primera etapa artística de Alejandro Vila comienza en 1973, cuando conoce el mundo de la cerámica. Ese año visita el taller del ceramista Hugo Pereira, quien se convertirá en su maestro, y queda sorprendido con este mundo mágico, donde “un puñado de tierra se transforma en algo con significado para las personas”.

Este lugar lo sedujo. “Era como visitar a un alquimista del siglo 18, un individuo con calderos”, recuerda Vila, quien trabajó y aprendió junto a Pereira, a quien califica como “un sabio de la cerámica” y “un conocedor de las fórmulas perfectas”.

Con ese conocimiento monta un taller denominado Crisol, junto a la ceramista Loreto Piérart. Comienzan elaborando collares, anillos y accesorios para la mujer, con diseño futurista pero al mismo tiempo con influencia de la cultura latinoamericana, ya que Vila venía llegando de un viaje por tierra de un año, desde Estados Unidos.

Posteriormente construyen un horno más grande, a leña, que les permite crear piezas de mayor tamaño, entre ellas fuentes, platos, tazas, maceteros y frascos, a los cuales imprimen un estilo propio, trabajando distintas técnicas: grez, raku, engobes y esmaltes, entre otras.

Simultáneamente, abren las puertas de su taller para realizar actividades con niños de escasos recursos de escuelas primarias, financiadas por aportes de industrias de la región.

A principio de los ochenta, con la crisis del carbón en la ciudad de Lota, se hace necesaria la reconversión laboral de cientos de mineros, Alejandro pensó que podía ser una buena fuente de ingresos para la zona si se lograba crear un polo de desarrollo artesanal. Los mineros no sólo contaban con la necesidad de un nuevo oficio, sino también la gratuidad del material, la arcilla, existente sobre las capas de carbón y en los faldones de los cerros del lugar. Se realizaron cursos de cerámica industrial, artesanal, por molde y de escultura. Además, se montó un taller de cerámica donde todos los mineros aportaban y producían piezas.

Fue tal el éxito de estos talleres que las obras resultantes fueron vendidas y expuestas durante tres años consecutivos en la Feria Artesanal del Parque Bustamante, en Santiago, la mejor de la época y a la cual se accedía sólo por invitación de la Pontificia Universidad Católica.